Fotografías de cruces y recuerdo de los grandes narco y sicarios como Édgar Guzmán Salazar que fueron ejecutados

"Dejan cruces en las calles porque creen que el espíritu se queda en el lugar en el que han muerto, no en los sepulcros donde sus cuerpos están enterrados".
 
Fotografías de cruces y recuerdo de los grandes narco y sicarios como Édgar Guzmán Salazar que fueron ejecutados
Dijo el investigador Isaac Tomás Guevara Martínez, coordinador del Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la Universidad Autónoma de Sinaloa. "Se ha convertido en una tradición en Culiacán, en especial para las personas involucradas en el narcotráfico",  Culiacán es la fortaleza del cártel de Sinaloa, que encabezara Joaquín El Chapo Guzmán, detenido por tercera vez el 8 de enero pasado.
 
Esta es —quizá— la organización de tráfico de drogas más estable en los últimos veinte años. Mientras otros grupos vieron caer a sus líderes, muertos o encarcelados, el cártel de Sinaloa mantuvo su organigrama de manera más o menos constante durante décadas. Es por esto, y por sus dos fugas de penales de alta seguridad, que el Chapo sigue siendo una figura fundamental de la narcocultura.
 
La ciudad es, de cierta manera, un museo abierto dedicado a la imaginería de los capos. En los puestos de la calle se venden sombreros con el rostro del Chapo bordado, escapularios consagrados a Malverde, dijes de oro con forma de alacrán y armas de alto calibre. Las trocas de rin ancho y los coches lujosos, con el estéreo a reventar por el volumen de los narcocorridos, deambulan por calles mal pavimentadas pero repletas de mansiones ocultas tras altos muros y alambre de púas.

No obstante, tal vez las cruces sean el símbolo más visible de la influencia del narco en Culiacán, a manera de cenotafios que marcan los lugares donde han aniquilado a miles. Según la Secretaría de Gobernación, en la última década más de 26 mil sinaloenses fueron asesinados.

Por todo Culiacán yacen las cruces silenciosas; un recordatorio de esta alarmante figura homicida que los lugareños han dejado de percibir como extraordinaria. Forman parte del paisaje urbano y se han convertido en referencia obligada de la geografía culichi, pero sobre todo son un reclamo de la memoria colectiva, el ejercicio luctuoso de un pueblo que se resiste a olvidar a sus caídos. Hay cruces que todo ciudadano conoce: la del hijo del Chapo, por ejemplo, quien murió durante la guerra contra el cártel de los hermanos Beltrán Leyva, cuando ambos bandos se disputaban el control de la ciudad. Otro monumento imprescindible es el de Chalino Sánchez, también conocido como "El Rey del Corrido". Sin embargo, la mayoría sigue en pie para rememorar a los muertos anónimos: cruces de fierro, cemento o madera, sin nombres ni fechas qué rememorar, han quedado en el olvido, deteriorándose bajo el árido sol sinaloense. Abandonadas entre las banquetas y camellones, en pequeñas calles silenciosas u ocultas tras la hierba, en zanjas, uno de los lugares preferidos por los cárteles para sus ejecuciones.

La Ciudad de las Cruces, como se le conoce a Culiacán, es un nombre que el gobierno de la ciudad considera poco amable para el exterior. Aunque la alcaldía ha impulsado numerosos programas para canjear las cruces por placas de mármol, nuevos cenotafios, adornados por leyendas, globos y hasta peluches, siguen apareciendo cada día como reflejo de una sociedad lacerada.

"Lo hicieron (estos operativos para retirar los cenotafios) porque era demasiado y hacía que Culiacán se viera como una ciudad violenta, una ciudad insegura. Lo sigue siendo, pero el visitante, el turista que llega, pues ya no los ve en donde sea", declaró Juan Carlos Ayala Barrón, quien imparte una clase sobre narcocultura en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma de Sinaloa. "Con el pasar de los años han quitado muchas cruces, hay unas que no pudieron [quitar], como la del hijo del Chapo, por razones obvias".

Al lado del Jardín Botánico de Culiacán yace esta cruz sin nombre que señala la muerte de una persona de 36 años, cuyo cuerpo fue encontrado el 21 de diciembre de 2008. Dos tortilleras que tienen su puesto a un lado explicaron que una mujer estaba comiendo en una taquería cercana y la mataron al salir del establecimiento.

 José Benjamín Hernández, de 18 años, fue asesinado en noviembre de 2009. No hay más detalles.

 El 8 de mayo de 2008, Édgar Guzmán Salazar, de 22 años, salía de su coche con un amigo cuando aparecieron entre 15 a 40 sicarios armados con fusiles AK-47 y granaderos. En el estacionamiento quedaron más de 500 casquillos de balas.

 El cuerpo de José Luis Valenzuela Zamudio, de 33 años, se encontró ejecutado en la cajuela de una Chrevrolet Saturn gris abandonada, en las afueras de Culiacán, sobre la Carretera Federal 15, mejor conocida como La Costerita. Tenía las manos atadas sobre su espalda con una brida. Se cree que perdió la vida el 30 de junio de 2013.

 Muchas cruces están acompañadas por letreros de plástico con las fotos de los difuntos y mensajes de afecto y remembranza. Héctor Israel Laveaga Salazar murió a la edad de 19, el 3 de noviembre de 2007, en circunstancias desconocidas.

 Una cruz sin nombre descansa en medio de la calle donde se encuentra la capilla de Malverde, una suerte de Robin Hood sinaloense.

 Una de las cruces más famosas de la ciudad pertenece a la defensora de los derechos humanos Norma Corona Sapién, presidenta de la Comisión Independiente de Derechos Humanos. Le dispararon en el centro de Culiacán el 21 de mayo de 1990. 

 A las 2:50 pm del 20 de junio de 2008, Jesús Antonio Beltrán Soto, de 41 años, manejaba una camioneta Silverado por el Boulevard Gabriel Leyva Solano, cuando un auto chocó con su vehículo frente a una estación de bomberos, en la esquina que intersecta la calle Juan Aldama. Tres hombres armados salieron del coche y le dispararon setenta veces. 

 En la carretera a los Mochis hay un ángel posado que señala el lugar en el que fue encontrado el cuerpo de Rosalino “Chalino” Sánchez, de 32 años, uno de los más célebres cantantes y compositores del corrido. Sus ojos estaban vendados, sus muñecas marcadas por una cuerda y tenía dos agujeros de bala en la nuca.

 Édgar Pérez Cuén, de 15 años, murió afuera de la Universidad Autónoma de Sinaloa cuando estrelló su coche contra una palmera plantada en un camellón. La cita en su lápida se refiere a él como “el hijo de un pesado”, lo que sugiere que su padre era un importante capo.

 Amado Romero Beltrán, de 30 años, iba saliendo de su casa con su hermana para comprar la despensa cuando le dispararon con un pistola de 9mm, el 20 de marzo de 2007.

 En una calle al lado del estacionamiento de un Bridgestone, donde la cruz del hijo del Chapo Guzmán es rodeada por enormes luces, esta pequeña tiene solo las iniciales R y B en los costados y O en la punta de la cruz.

 

 Jaime Adolfo Leyva Elenes, de 19, murió el 24 de noviembre de 2004 enfrente de un Oxxo. No hay más detalles.

 Cien metros más adelante hay otra cruz sin nombre, adornada con una botella de cerveza vacía. Es común que los seres queridos que visitan las cruces beban de la botella y la dejen a la mitad para el alma del difunto.

 Una cruz sin nombre enfrente de un lujoso complejo de apartamentos a un lado del Foro Park. Flores rodean un globo con imágenes de dados, cartas y fichas de póker.

 Panchita Vega Chaidez murió el 2 de enero de 2005, frente a un basurero.

 Joel Omar Castillo Puerta, de 18 años, murió en agosto de 2013 en un accidente de coche. Las autoridades desconocen por qué se salió el automóvil del camino.

 Medio kilómetro al norte de La Costerita se encuentra un camino largo conocido como La Primavera. Entre los espesos matorrales que adornan ambos costados del camino hay cruz tras cruz. En esta, la iniciales FCR aparecen medio borradas.

 

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