Todo lo que paso en la última fiesta del Jefe de Jefes, La narcoposada de Arturo Beltran Leyva

Vestía un traje color shedrón, camisa clara y corbata roja, colgaban de su cuello un crucifijo de oro de 10 centímetros de largo y sus collares de bolitas color vino que lo identificaban como creyente de la santería.

Todo lo que paso en la última fiesta del Jefe de Jefes, La narcoposada de Arturo Beltran Leyva

En cada mano presumía un anillo dorado y del lado derecho de su cintura una pistola escuadra con cachas de oro.  Los testigos aseguran que aquella noche oyeron a Edgar Valdés Villarreal «La Barbie», decirle «Tío», que Sergio Villarreal «El Grande» se dirigía a este hombre como «Apá» y que «El Flaco», un aprendiz de narcotraficante, no podía dejar de referirse a él como «Padrino». Para todos los demás era «El señor» o simplemente «El Patrón».

Arturo Beltrán Leyva apareció la noche del 10 de diciembre de 2009 en la posada que ofreció a sus allegados en su finca de Cuernavaca, sentado en un sillón que le habían colocado como un trono, en medio de la sala.  Estaba detrás de una mesa de centro, a un lado tenía su AK-47 bañada en oro y del otro a Osmayda Nalleli Casarrubias.

La mujer que más lo procuraba en su salud; en los flancos aparecían como centinelas «La Barbie», vestido con un traje sastre azul marino, y «El Grande», con mezclilla, camisa gris a cuadros, gorra beisbolera y una AK-47 colgada al hombro.

Los Cadetes de Linares, Ramón Ayala y sus Bravos del Norte y al final Torrente, hacían fila en un pasillo para esperar el turno de tocar en una improvisada pista, colocada frente al capo.

Ninguno estaba allí por menos de 40 mil pesos de contrato.

«Teníamos que tocar en un área de aproximadamente 2 o 3 metros, ya que el espacio estaba muy reducido, considerando que era la esquina de la sala en donde estaba la gente de la fiesta», recuerda José Carlos Salinas, vocalista de Torrente, en un testimonio del 12 de diciembre en la SIEDO.

En la sala había cuatro sillones, uno para Beltrán y el resto para las muchachas traídas de Acapulco, y un comedor contiguo con una mesa de seis sillas daba a unos ventanales con vistas al jardín con alberca. Todo en un terreno de aproximadamente 30 por 60 metros.

Esa noche había un asador en el jardín con una mesa al costado, donde tomaba los cortes Atanasio Reyes Vizcarra, el chef de cabecera de Beltrán Leyva desde hace ocho años, a quien cobraba 2 mil dólares por prepararle comidas para «eventos especiales», como el de esa noche.

«Estuvieron comiendo taquitos de carne asada y cerveza, también había whisky y tequila», relató Antonio Ruiz González «El Tony», uno de los ayudantes de cocina, en la averiguación PGR/SIEDO/UEITA/168/2009.

El organizador de la posada previó todo para el convite.

«Estaban cerca de mí otras personas que… se estaban periqueando con cocaína y con señas me ofrecieron y me pasaron un taponcito de una pluma y le di dos jalones a la cocaína que me dieron, misma que no raspaba la garganta y más tarde le di otro pasón a la cocaína», dice «El Leo», el recién llegado de Ciudad Obregón.

* * *

Las primeras 7 acapulqueñas, de las 24 que estarían en la fiesta, llegaron alrededor de las 21:00 horas y fueron recibidas con amabilidad por «El Barbas», según recuerda Edith Juárez, en su declaración del 13 de diciembre.

«Se levantó cuando estábamos frente a él y nos saludó a cada una de beso», cuenta.

Pero cuando el whisky ya hacía sus estragos, el trato cortés quedó para mejor momento.

«Nos dijo ‘bienvenidas’ y empezó a manosearnos, nos dijo que nos quitáramos la ropa, quedando en ropa interior, bailamos un rato, los que estaban allí le decían ‘Jefe’ o ‘Señor'», recuerda Lizeth Lobato, quien llegó más tarde.

Osmayda Nalleli Casarrubias, quizá de las pocas que esa noche escuchó de cerca a Beltrán, testimonió que el capo en algún momento de la fiesta musitó a «La Barbie» su preocupación por el avance de Joaquín «El Chapo» Guzmán en Puebla.

«Alcancé a escuchar que le comentaba ‘está entrando gente del ‘Chapo’ y del ‘Mayo’ y ya compraron a la Policía de Puebla y los militares’, y luego dijo el muchacho guapo ‘déjalos que traten de entrar a Cuernavaca, yo mismo voy por ellos'», contó.

Al frente, no perdía detalle Guadalupe Tijerina, el cantante de los Cadetes de Linares, quien cuando se topó a la entrada de la casa a un sujeto que por su descripción parece ser «El Grande», les ordenó: «canten corridos del norte a mi Tío».

De todos los repertorios, Beltrán Leyva tenía dos temas favoritos que pidió esa noche a Ramón Ayala y sus Bravos del Norte. Cantó primero el corrido de Gerardo González y entonó después «Puño de tierra»: «El día que yo me muera/ No voy a llevarme nada /Hay que darle gusto al gusto / La vida pronto se acaba/ Lo que pasó en este mundo / Nomás el recuerdo queda/ Ya muerto voy a llevarme/ Nomás un puño de tierra».

Entre el canto, Sergio Villarreal «El Grande» se apersonó con pacas de billetes verdes para Beltrán Leyva. Eran miles de dólares, a saber por las presentes.

«Nos empezaron a decir que nos quitáramos la ropa, por lo que algunas de las muchachas se desnudaron completamente y otras se quedaron con la tanga y el brasier y yo fui de las que me quedé con tanga para empezar a bailar y conforme íbamos bailando nos iban aventando bolo de billetes de 100 y 20 dólares», testimonió Priscila Reynada.

El capo provocó una lluvia de dinero, mientras una veintena de mujeres desnudas se lanzaban entre gritos al suelo por los billetes verdes, como si fueran colación de piñata. Ramón Ayala cantaba mientras otras mujeres abandonaban sus prendas.

El sonorense Gómez Guerra «El Leo», evoca aquellos momentos con la imagen de unas muchachas que «salían al patio diciendo que ya llevaban como tres días cogiendo, muy felices ellas».

* * *

Mientras desperdigaba los dólares, el capo decidió levantarse del sillón. «El señor empezó a bailar con todas las mujeres a las cuales iban desnudando poco a poco, aventando dinero al aire, siendo al parecer puros billetes de 100 dólares», dice Fidencio Covarrubias Garza, primera voz y acordeón de los Bravos del Norte.

A «El Barbas» se le ocurrió jalar a un integrante del grupo Torrente para que las mujeres le quitaran la camisa, mientras él continuaba en el baile y «El Grande» le pasaba más fajos de billetes. Pero Arturo Beltrán ya no era el mismo de otros tiempos y el sillón le salvó en dos ocasiones de no rodar al piso.

«Cuando de repente el señor tiró muchos dólares y todas las muchachas empezaron a agarrarlos, como todas se aventaron, el señor se cayó al sillón», dice Tania Magdalena Hernández.

La segunda caída fue la señal de que la fiesta había terminado.

«Cuando estábamos en el baile, en un momento esta persona me abrazó y caímos en el sillón, inmediatamente el sujeto rubio me separó del señor y a él le dijo ‘vámonos, vámonos jefe, ya nos cayeron’ y procedieron a salirse de la sala y enseguida se empezaron a escuchar una infinidad de disparos», relató a la PGR Yesenia Oropeza Hernández.

«¡Fuga, patrón! ¡fuga!», gritaban a la carrera los pistoleros.

Todos los testimonios de los presentes coinciden en que aproximadamente a la 1:30 horas del viernes 11 de diciembre, «La Barbie» y «El Grande» tuvieron que llevarse a Beltrán. Su «cuerno de chivo» dorado que tenía en el sillón fue lo único que alcanzó a llevarse.

«Llegó una persona y le dice al señor alto con barba y al que se dirigían con respeto: ‘Tío, vámonos’.

Y dos hombres altos entran para llevárselo, uno lo tomó del brazo y el otro lo abrazó por la espalda. Yo y mi grupo nos encontrábamos del lado derecho de los músicos de Ramón Ayala, mientras éstos estaban tocando, enseguida después de un minuto aproximadamente se escuchan detonaciones de armas de fuego», dice el relato de Jesús Escamilla Zavala, baterista de Torrente.
«La Barbie» y «El Grande» llevaron a Beltrán al estacionamiento donde había una Suburban negra, una Pick Up Chevrolet blanca y una Cherokee gris.

Eligieron la primera camioneta y arrancaron.

Afuera, un Bora GLI blanco y un Dodge plateado tipo Journey, fueron abordados por sicarios para servir de muro de contención contra los marinos.

Tras la huída de Beltrán, en medio del fuego cruzado quedó un BMW plateado, donde murió fulminada Gabriela Patricia Pintado Terroba, alguien ajena a los hechos y que según el parte informativo de la Armada «circulaba en exceso de velocidad, se interpuso de manera intempestiva» en el tiroteo.

En las inmediaciones de Cerrada de los Arreates, en una barranca, un sicario hasta hoy no identificado fue liquidado.

Al irrumpir en la casona, el Grupo de Operaciones Especiales de la Armada acabó de inmediato con la vida de Mario Rojas Romero Gutiérrez y Daniel Ortiz Román.

«Las chicas que estaban igual tiradas al piso estaban gritando y llorando, los músicos gritaban ‘no disparen, somos músicos’ escuchando que desde adentro de la casa disparaban hacia afuera de la misma», relata Juan José Tamez Chavarría, mánager de Ramón Ayala.

Osmayda Nalleli Casarrubias recuerda: «Ellos comenzaron a insultar y gritar que éramos unas putas y mire que empezaron a golpear a dos muchachas y ellos gritaban que no les pegaran, que eran músicos».

Quien más se quejó ante la PGR fue Mario Marichalar, de los Bravos del Norte, que acusó a uno de los marinos de apropiarse de su reloj Michael Kors «¡Qué joyitas cargas!», le dijo con sorna el militar.

«Después uno de ellos me jalaba la cadena y me lastimaba el cuello, le dije que yo me la quitaba y seguía jalándome la cadena y le volví a decir que yo me la quitaba y que la saqué por encima de la cabeza y se la entregué, esa cadena es de tejido chino y de un valor de mil 500 dólares.

«Otro soldado me decía al oído en voz baja que me quitara el anillo, si no me iba a volar el dedo y ese anillo es de mi matrimonio, el cual tiene 3 diamantes y un valor de 6 mil dólares, y otro anillo con mi inicial «M» y tiene diamantes chiquitos con un valor de alrededor de 500 dólares y una esclava de oro con tejido chino, igual que la cadena, con un valor de 4 mil 500 dólares, siendo estas joyas que me las quitaron los soldados», manifestó Marichalar.

Arturo Beltrán Leyva logró huir esa madrugada, pero sus horas estaban contadas. Más de uno de los detenidos en la posada ya lo habían acompañado en el conjunto residencial Altitude, lugar que el capo eligió como guarida.

La última fiesta del Jefe de Jefes, La narcoposada de Arturo Beltran Leyva

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